domingo, 16 de enero de 2022

Alas del descarriado

 Alas del descarriado

Humanidad…. Esa es una de las escasas características que me definen. Ni el tiempo o la razón residen en mis entrañas, mas solo deseo que el Averno me acoja como a uno de los suyos. Cuán curioso me llega a parecer la avaricia en el ser humano, pues impertérrito deja,

pero perturba considerablemente a la vez. Mis cadenas por el gobierno.. esa es la justicia que hoy día funciona como cimiento a nuestro Estado: un grupo de adinerados mandamases con sacramentos por palabras debido al famoso concepto de “Democracia”. Al menos podré reír sin temor alguno puesto que mi situación no podría empeorar a más. Escuálido, desnutrido, sólo, trastornado y sin harapos en absoluto, es mi denigrante situación que debo soportar. Realmente nada me aferra a este mundo. Consideradlo bien, esferas blancas que posáis sobre mis palabras: yo, un huérfano en plena juventud, traicionado por meros controladores de futuros que buscan su beneficio personal, penado con algo pero que la propia muerte y que solo buscaba tener una vida plena de derechos y no de injusticias. Como podréis comprender, nada tenía sentido. Mis cortinas se iban cerrando lentamente, ahorrando energía para afrontar un nuevo amanecer lleno de descorazonadoras falacias. El sueño pudo conmigo. Me despertó una gran sucesión de crujidos que la puerta produjo al ser abierta levemente, mis sentidos aún no me habían traicionado. Una mujer morena, algo entrada en edad y denotada con arrugas, con un gusto de ropa algo criticable, me liberó con una llave mugrienta y casi incolora de aquella mísera celda, si es que se podía seguir llamando de esa forma. No hablaba, sino gesticulaba, como si le fuera imposible comunicarse verbalmente. Aun así, me guió sigilosamente y con movimientos furtivos a la salida, evitando cualquier tipo de obstáculo que obstruyera mi huida. Incluso aunque nunca antes hubiera vista tal damisela y desconociera sus motivos que le impulsaran a ayudarme, sentí un profundo agradecimiento. Ella vigilaba y yo le seguía. Así funcionábamos e impedíamos cualquier rastro que pudiéramos dejar, salvo el vacío de mi antiguo “hogar”. La tensión estuvo indudablemente presente en mi mente, sin dejar entrar cualquier otro tipo de estado. A la salida, sentí una completa euforia que hizo que tardara en darme cuenta que la desconocida había desaparecido sin dejar huella. Ya nada importaba más que la propia libertad que me había sido otorgada. Todo se había acabado al fin. No más injusticias, no más mentiras, no más sufrimientos. Alcé la vista al cielo y … eché a volar por el firmamento.


Autor: Nicolás Gaciño Olmedo  

Ex- alumno de secundaria y bachillerato desde 2012 hasta 2018


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