sábado, 11 de diciembre de 2021

Ella

 Ella


Siempre he dicho aquello que querían oír. Siempre he hecho aquello que me habían pedido, siempre les he sido fiel, a pesar de lo que conllevaba eso moralmente.

Cuando era pequeño, siempre soñé con ser como mi padre, Dios lo tenga en su seno, un hombre firme en sus creencias, cristiano de nacimiento hasta la muerte, sincero y valiente hasta su prematura muerte. Absorto en mis pensamientos, pasé otra página de aquel álbum y vi la imagen de mi padre sonriendo en aquella fotografía: “No robarás”, es el octavo mandamiento.

“No seas estúpido chico, no cometas locuras, Dios te observa hijo, guarda ese cuchillo y vete” dijo mi padre cuando nos atracó aquel hombre de raza negra. Yo era muy chico, sin embargo, allí estaba consciente del peligro. Le terminó clavando la navaja y el muy cobarde huyó tras desvalijar  a mi padre, dejando una familia rota, un niño traumatizado y odio, sobre todo mucho odio.

Es curioso y casi satírico como, conforme he ido creciendo, lo que más he visto es a esta raza de negros morir. Le di la última calada a mi cigarro y lo apagué con cuidado en el cenicero, me puse en pie agarrando la botella de whisky y di un profundo trago. Mi mirada estaba fija en el infinito de la lluvia, veía mas allá de los surcos de agua del cristal. Mi mirada estaba en todos esos casos que había atendido, en los maltratos e injusticias que habían sufrido, en todos los abusos que yo mismo había cometido. Dios me hace gracia a veces, era divertido conocer como crea a seres similares pero uno es superior  a otro. ¿En qué somos superiores?, demonios, son como nosotros, son pobres diablos tratando de prosperar.

Aquella mulata, aquella mujer… siempre es por una mujer. Rememoraba cómo aquella mujer, aquellos ojos me sedujeron una noche, quizás fue fruto del alcohol o de los cigarrillos. Aquella mulata de pelo oscuro y ojos dorados logró que cometiera muchos pecados en una sola noche. Sin embargo, pecados en los que nadie perdía y todos ganábamos por una vez, no como esos pecados en los que inocentes eran encarcelados y criminales premiados. A veces pecar no es tan malo a fin de cuentas.

Era sorprendente como a un viejo y maduro policía con canas, una joven le ha hecho cambiar de parecer y cuestionarse todo.

La segunda guerra mundial me endureció; los horrores que cometimos allí no creo que exista Dios capaz de perdonar aquello. A la vuelta, esa dureza me ayudó a ser policía y a ascender fácilmente. Olvidé lo que era tener escrúpulos.

Mi conciencia llevaba demasiado tiempo gritándome y pidiendo auxilio, siempre la ahogaba en whisky caro, pero eso debía acabar. Entre pensamientos, dejé caer la botella dejando un charco oscuro en la moqueta roja. Sabía que era whisky pero veía sangre. Estaba obsesionado con este caso.

Otro crimen rutinario. Nos pusieron al corriente de lo descubierto y entramos a la sala de aquella casucha pobre. Allí le encontré, tirado en el suelo con la sonrisa de Glasgow. Una macabra sonrisa, se reía de mí, mirando al cielo, se reía. No sé cómo la gente tiene estómago para estas atrocidades.

El antaño asesino de mi padre, envejecido, maltratado, y un largo etcétera.  Vivía con sus dos hijos, nadie sabía allí que la mulata de su hija había engatusado a cierto viejo detective de prestigio noches atrás. Su hijo estaba desaparecido, no entendí por qué pese al odio y rencor acumulado años atrás, sentí pena.

Me puse el cinto que sujetaba mi arma en el pecho e introduje mi arma en su funda. Mi mayor temor no era estar enamorado de una mulata, hija de alguien a quien odiaba, sino dónde se había metido ese chico, a qué personas había cabreado. Que hicieran sonreír a aquel bastardo no era más que una llamada de atención, un toc toc en una puerta, la verdad viene ahora, el chiste comienza en estos instantes.

Oh Dios mío, te llevas a mi padre y ahora tras años desaparecido, remueves mi conciencia y mi corazón para proteger a su familia y darle el nombre de un culpable a su muerte, el nombre de un culpable de verdad. Señor, tus caminos son inescrutables, pero tu sentido de humor es muy oscuro y peligroso.

Padre nuestro que estás en los cielos, observado sea tu humor, acatados sean tus designios, acepto mi sino y buscaré el mensaje que aquí ocultas a gritos. Solo espero llegar a este próximo domingo sin acabar en una caja de pino y rezar, rezar y confesarte que he entendido tu mensaje.

- Amén - dije tras terminar de ponerme la chaqueta.

Agarré mi sombrero del perchero, abrí la puerta y salí…




Autor: Mario Gaciño Olmedo


Antiguo alumno del IES Torre Almirante, estudiante de secundaria y bachillerato desde 2005 hasta 2011


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