Historia de un pozo
Desde chico me he llevado mal con todas las personas a excepción de mi madre, mi hermano (el pequeño, el mayor no lo soporto) y mi amigo Mateo.
Cuando era chico maté a un animal y, al contrario de la gente normal, en vez de arrepentirme me sentí bien, como si fuese poderoso. Así que eventualmente mataba animales, llegué a matar a dos perros (uno de ellos era de mi vecino y cuando vi reacción solo pude reír), un pato de un lago que había en el interior del bosque y unos gatos callejeros. Cuanto más grandes fuesen mejor. Aquello no me terminaba de llenar, así que un día decidí cazar algo más grande.
Aunque es verdad que Mateo me caía bien, podía prescindir de él en cualquier momento, así que un día que nos peleamos por cualquier tontería, fingí querer hacer las paces y le dije que viniese a mi casa. Mateo era delgado, con el pelo negro, grasiento y lacio (el más lacio que jamás había visto); no más grande que yo y bastante descoordinado, así que supuse que no daría mucha guerra a la hora de amordazarlo. Una vez que llegó, lo llevé al cobertizo (donde mi hermano llevaba a sus amigos a fumar) que había en la parte de atrás de la finca familiar. Yo lo tenía todo preparado, así que lo puse de rodillas con una patada seca en la parte anterior de estas y con un cuchillo, bien escondido, y un buen tirón de pelo, le rebané el cuello. Me quedé pensando de pie, sim mover ni un solo músculo, sobre lo que había hecho. La sangre salía a borbotones pero no me horroricé. Tenía todo preparado menos la parte en la que me deshacía del cuerpo, así que hice lo primero que se me ocurrió: lo tiré al pozo de la finca que no se usaba hacía décadas. Lo limpié todo y me fui a dormir. A la mañana siguiente, fui a ver a mi querido amigo pero él ya no estaba.
Seguí asesinando, sumando experiencias y datos para cada vez hacer las cosas más complejas y más divertidas, más placenteras. Mi madre me pidió que cuidase a mi hermano pequeño y yo acepté, puesto que no iba a salir esa noche. Le hice la cena y le puse su película favorita. Mi hermano tenía cinco años y siempre estaba con mi madre, así que cuando lo acosté estaba preguntando por ella y yo le respondí que había salido. Él estuvo llorando durante mucho tiempo, podría decir que hasta una hora, así que fui directo a su cuarto y le grité que se callara, pero no me escuchaba e incluso empezó a llorar más. Cogí su lámpara de la mesa de noche y empecé a golpearlo inconscientemente de lo que hacía, totalmente ido, por culpa de un ataque de ira. Cuando paré, me di cuenta de que no respiraba, así que, ahora sí, manteniendo la calma, cogí el cuerpo y lo llevé al pozo, donde la gravedad se lo llevara hasta el más profundo y oscuro de sus rincones. Cuando mi madre volvió me preguntó dónde estaba mi hermano y yo le dije que arriba. Ella subió y después de veinte segundos bajó totalmente seria, se sentó en el sofá y se quedó en silencio, así que me fui a dormir. A la mañana siguiente, el cuerpo ya no estaba allí.
Los años pasaron y conseguí un trabajo como abogado, pero como me iban a echar por los recortes, no podía permitir que mi asqueroso jefe conservase el trabajo más tiempo que yo. Así que una noche, una húmeda y helada, me colé por su ventana y desactivé la alarma (vivía solo y se había divorciado tres veces). Fui directo a su cuarto y, con un cuchillo especializado en cortar carne, le corté la yugular. Lo saqué por la puerta principal y me lo llevé a la finca montado en mi camioneta. Repitiendo el proceso de otros siete asesinatos (en los cuales figuraba el de mi hermano pequeño, mi único amigo, dos novias y tres compañeros de universidad) lo tiré al pozo. A la mañana siguiente no estaba.
Un día estuve decidido en cometer mi último asesinato: el de mi propia madre. Tenía que ser algo íntimo y especial, algo que solo se pudiera hacer una vez en la vida. Repetí el proceso de preparación del asesinato de mi amigo Mateo y dejé el cobertizo listo. Por la noche le dije a mi madre que era algo muy importante y que debía ir al cobertizo rápidamente. Cuando nos encontrábamos allí los dos, le di una patada por detrás y la puse de rodillas, cogí el cuchillo y con ayuda de un tirón de pelo le rebane el cuello. Cogí el cuerpo y lo tiré al pozo. A la mañana siguiente el cuerpo seguía allí.
La gente suele pensar que esto es la historia de un asesino, pero realmente es una historia de amor.
-Alfonso Utor Sánchez
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